Un océano de aire, un respiro es aquel que me deja sin aliento, un sorbo de ahogo una corriente marina.
Quien pensaría lo ridículamente difícil que resulta ahora enamorarme.
Me quemo con esta tierra y su aroma, este fuego tan fértil que germina todo y de la misma forma todo perece.
Las noches de tormenta abrigado en misteriosos sueños y revelados secretos, extrañar es ya una forma de olvidar.
El calor de la intemperie y los abrazos de cometas, estrellas y luces de luna donde encuentro el refugio a esta indomable compañía, me escapo de mis compromisos para alimentar a la enorme soledad que me cuida, esa enorme bestia sin piedad que rasga todo con indiferencia inmaculada y sagrada.
Entre otros guardianes esta ese felino instinto que toma forma en el tiempo sin destino, destripando cada estructura y vomitando fuego purpura como una explosión estelar, marchitando nuevas esperanzas y relamiéndose feliz, viendo todo caer, cada sueño y cada idea, muertes súbitas y desesperadas, conformándose con solo ver arder, apenas visible al otro lado del espejo, apenas perceptible de este lado si hay desprecio, pero infalible si hay en mi un poco de suplicio.
También germina vigorosa una luz extraña, que llena todo y me mantiene en calma, que brota ramas y flores interminables de calor y esperanza, botones de vanidad y confianza, con guías y salvajes espinas que entran en cada ser de magia que buscan y cubren cada brote de espiritualidad ajena, que hambrienta busca luces y energías supurantes, muertos de pie y magos nacientes para alimentar estas raíces que nos permiten estar.