jueves, 27 de julio de 2017

Playa de los muertos


Mientras miraba las marcas que dejaba el agitado mar en la playa, la arena arañada, recordé, como estoy viviendo. Como estoy aferrado a las paredes del abismo, abismo de pieles, voces y respiraciones de amantes, nuevos y antiguos, antiguos que parecen destinos y nuevos que resultan promesas, para no caer en el pozo del amor ridículo y los suicidios.



Soy eso y soy aquello, unos días la inminente-atroz verdad y otros la trémula- alegre mentira, por horas solo lo gris entre los verdaderos instantes que guardamos en el interior quemado, los cuestionamientos comienzan a  ser pasajeros mientras me convierto en un efímero momento, pues me he vuelto un recuento, el ciclo de lo eterno y es que para los vampiros es más fácil seguir viviendo que aceptar morir y nacer, siguiendo.


Y sì elegí, convertirme en esto, decidí quedarme y no decir nada, decidí correr y sentarme a ver a los demás como me alcanzaban, mientras miraba atrás sobre mi hombro se están perdiendo muchos, ya no llegaran jamás ni aunque los años les alcancen, y aunque estemos en la misma mesa a la hora de la cena y en la misma farsa de la colmena, no los sentiré como deseaba sentirles siempre, esa compañía está muerta, esa cercanía esta disuelta.



Pues ya no sé qué tan bueno es retar al destino y decir que ya no puedo perder, algo o nada, algo lo poco que aprecio, nada a lo que me aferro.



Se ha presentado una nueva batalla entre el final y el fuego, entre la oscuridad que da paz y la oscuridad que me deja sin miedo, uno al frente y otro detrás, empujando y presionando, aclamando por ser elegidos y es que una vez muerto no podre ver arder el mundo, pero una vez perdido el miedo entre las llamas ya no apreciare más que lo consumido.